En 2014, tras un viaje al puro centro de América, terminaron de cuajo mis dos años de auténtico furor viajero. Años en que llegué a perder mi pánico al avión, a la fuerza ahorcan dicen. Mi siguiente proyecto viajero era para ese mismo año y era ambicioso en altitud y lejanía, pues era himalayo. Sin embargo, debí pasar algún oscuro subterráneo interior, pues justo cuando yo daba gracias a Dios por la gran oportunidad de poder viajar al fin libre y sin miedo por el mundo, dije basta. ¿Alguna luz se encendería en aquel túnel, una luz de esas que ya no se apaga?
Un par de viajes en avión para el resto de mi vida, ni uno más y bien elegidos. Australia, la India, volver a Valparaíso o, por supuesto… Himalaya. Algo así rezaban mis principios tras la sospechosa conversión, pero como dice aquél, si no le gustan, tengo otros. Y la verdad que la coherencia y la palabra nunca han sido lo mío, en el mal sentido de las palabras. Recuerdo un solo viaje en avión desde entonces, a Londres. Todo esto puede parecer cachondeo, pero tanto los aviones como las conversiones son temas mucho más serios de lo que parecen.
En un mundo al revés, condenado al colapso sistémico y a unas trágicas crisis ecológica y socioeconómica, seguro que definitivas para nuestra civilización tal como la conocemos, quién sabe si para la especie, nos tambaleamos porque un virus echa temporalmente el ancla a todas esas naves de las que nos hemos dotado para sobrevolar los sagrados cielos sin ningún tipo de temor, conflicto interior y en algunos casos, y esto es escandalosamente cierto, motivo.
Creo que si hace un siglo una potencia extraterrestre hubiera conspirado contra La Tierra a través de su correspondiente CIA, KGB, Mossad o aunque fuera el más chapucero de los CNI, una de las opciones que hubiera barajado para acabar sigilosa y elegantemente con nosotros habría sido de este tipo (en boca de la direccción de la agencia hacia sus mejores agentes): Conseguid por todos los medios a vuestro alcance que saquen el combustible fósil de bajo tierra de manera industrial y que se dediquen a quemarlo de las maneras más variopintas y estrambóticas posibles, por ejemplo… dando vueltas a la atmósfera del planeta subidos en aparatos voladores, con cualquier pretexto, o incluso sin él. La sorpresa para l@s enemigos extraterrestres hubiera sido la facilidad con que habría rodado su plan sin apenas requerir de su intervención.
Si consigo a través de este proyecto llamado MAMA que cinco, diez, ojalá cincuenta personas dejen de tomar algún avión durante el resto de su vida… ¿estaré más legitimado para llevar a cabo mi ambicioso plan viajero sin ningún tipo de remordimiento? Si los científicos nos dan buenas nuevas en los próximos años anunciando la descontaminación del océano, el inesperado descenso de la concentración del CO2 en la atmósfera o la recuperación de biodiversidad… ¿podré respirar aliviado y subirme, sin tanto miramiento, a aun avión?
Siendo realista y a día de hoy, o mucho cambian las cosas o creo que me espera mucho tren, autobús, mochila y bicicleta si algún día quiero tocar las tantas veces soñadas piedras y arenas de Annapurna, Mustang o Pokhara.