Luna de plata

Estamos poniendo en grave riesgo la continuidad de la especie humana y de parte de la vida en el planeta a cambio de una serie de comodidades que solemos contemplar como irrenunciables y necesarias, cuando en realidad son en su mayoría superfluas y perfectamente prescindibles, algunas de ellas incluso perniciosas para nosotr@s mism@s.

A nuestras abuelas, muchas de ellas acostumbradas a las miserias y a la precariedad de la guerra y/o la posguerra, o a nuestras madres, centradas de forma natural o cultural (ahí no entro) en el desarrollo y bienestar de sus propios hij@s, poco les podemos achacar sobre el problema medioambiental. Ahí las veo hace décadas (aún hoy si mi abuela viviera o si a mi madre se lo pidiera o consintiera) enrollando mi bocadillo con todo su amor, sin escatimar en papel de aluminio.

Foto: Ester Serrano

Hay una destrucción obscena y clamorosa, la de muchos estados y grandes corporaciones. Hay otras pequeñas destrucciones cotidianas, sutiles, ingenuas y estructurales, casi inevitables. Ellas no lo sabían, pero yo ya no me lo puedo permitir. ¿Qué podemos hacer para detener la máquina contaminante en que se ha convertido la vida del Homo consumens post-moderno? ¿Cómo nos llamaría Erich Fromm si levantara hoy la cabeza? ¿Homo apocalipticus quizá?

No tengo respuestas convincentes, pero sí alguna propuesta amable y delicada. ¿Por qué no nos adentramos en la noche, una sola noche sin horario ni calendario, para contemplar esa luna de plata que nos interpela siempre con permiso de las nubes? ¿Por qué no dejamos atrás por unas horas toda esa parafernalia tecnológica y consumista que nos agobia permanentemente y que engulle la vida sin remedio y a marchas forzadas? Conjurémonos todos para que no sea por pereza. Es mucho lo que nos jugamos cada día.