Guardad todos los tiques de compra en un cajón y en su acelerado llenado comprobaréis cómo de seria es nuestra voracidad estructural. Si el vehículo privado, nuestra forma cultural de movernos sobre el territorio desde hace algunas décadas, es un gran símbolo del estilo de vida moderno, igualmente lo es nuestro nivel de consumo de alimentos industriales, ropa, enseres de todo tipo, por no hablar de servicios, muchos de ellos profundamente artificiales, algunos innecesarios quizá.
¿Es primero el márquetin o el ansia de consumo? ¿Primero el huevo o la gallina? Hagamos una selección de bolsas de compra de distintas superficies, tiendas, distribuidores… analicemos los mensajes lanzados, las intenciones y el trato hacia el consumidor. Nos podemos encontrar desde la seducción hasta la infantilización, desde la sincera o falsa –en todo caso interesada- complicidad hasta directamente la falta de respeto. Parece que eso que llamamos Responsabilidad Social Empresarial, la cual muchas entidades van incorporando a su funcionamiento de forma transversal, entra en contradicción con el generalizado leitmotiv del consumo por el consumo y cuanto más mejor.
Muchas empresas no cambiarán por propia voluntad, algunas parecen incorregibles. Basta con echar un ojo a su imagen agresiva y sin complejos. ¿Para cuándo un márquetin decididamente comprometido con lo realmente valioso e importante? ¿Para cuándo todo ese talento y toda esa creatividad trabajando para la humanidad y para la vida y no contra ella? Muchas ONGs, algunas empresas, incluso entidades públicas valientes ya lo hacen. Pero el lobo es muy fiero. Vamos haciendo camino, pero en la espera… prefiero verlo todo pinchado en un palo.